Nombre completo: Samantha Sturm. (Por tu integridad personal: Llámala Sam).
Edad: 22 años
Aspecto físico: De mediana estatura, su cuerpo esbelto y no demasiado voluptuoso de musculatura firme, sensualmente marcada, seduce con su andar gatuno y desafiante. El cuello largo sostiene un rostro de preciosas facciones, mezcla de una estructura ósea firme y fuerte (orgulloso mentón aunque no muy prominente, quijada cuadrada, nariz recta), labios carnosos, permanentemente escarlatas, y comúnmente ajados por el constante uso (y abuso), mejillas sonrosadas y, enmarcados en gruesas cejas a juego con las largas pestañas invariablemente crespas, unos enormes y vivaces ojos esmeraldas, siempre brillantes, llenos de astucia y sarcasmo.
Sus manos, de contorno redondeado, casi mofletudo, con dedos largos terminados en uñas cuadradas medianamente cortas sin pintar, se mueven rápida y desconcertantemente todo el tiempo, transmitiendo la sensación de fuerza y confianza, de que ella es indomable. Pero para completar el cuadro hay que mencionar la melena rizada, rubio rojiza, que resaltaba contra la piel pálida. La melena cae libre y juguetona hasta varios centímetros arriba del codo, excepto cuando da un concierto, en ese caso se lo recoge en una coleta alta de la que siempre se sueltan los mechones rebeldes más cortos alrededor de su rostro.
Personalidad: Salvaje. Sam no tiene (ni quiere tener) muy claro lo que es prudente o apropiado. Las reglas comunes de comportamiento la tienen absolutamente sin cuidado, las desafía con completo desdén, pero tiene las suyas propias. Si bien suele hacer comentarios filosos en los momentos menos esperados y apropiados, también sabe cuando quedarse callada… o al menos lo sabe la mayoría del tiempo, porque cuando está alterada, cuando se meten con ella o con alguien que quiere, es incapaz de cerrar la boca o de mantener a salvo su cuerpo. Es reservada en cuanto a sí misma. Evidentemente es muy inteligente, sagaz y sarcástica hasta la médula. Y tiene la invariable tendencia de andar seduciendo y retando gente, como si fuera algo inherente a ella.
Profesión: Se podría decir que saxofonista, aunque básicamente es una don nadie por elección. Toca en las calles, en cualquier esquina, no le gustan los contratos ni las grandes responsabilidades; aunque siempre andan tras de ella los mejores teatros y restaurantes de la ciudad, a los que recurre cuando no tiene un centavo.
Historia: Sus padres son una acaudalada familia europea que huyó a América durante la Primera Guerra Mundial, estableciéndose en los prestigiosos círculos sociales de Nueva Orleáns. Sam siempre odió la forma burguesa de comportarse de su familia, y durante su infancia se la pasó huyendo de su niñera y ensuciando los costosos vestidos saltando por las callejuelas cerca del dique. Así se enamoró del saxo, y lo consiguió después de desbaratar un piano de cola a los cinco años. Sus padres entendieron que era el único instrumento que tocaría… y ya que toda niña decente debe tocar un instrumento, le compraron un saxofón y un maestro.
Sam nunca escuchó más de dos frases seguidas del viejo inglés y aprendió a tocar ragtime con un enorme negro que tocaba jazz en una esquina cualquiera, como los dioses. Los músicos del puerto la adoraban, y a los catorce años logró embarcarse en un crucero, Novecento, como parte de la banda. Duró seis años de su vida yendo del nuevo al viejo continente, millones de veces, oyendo el grito de “¡América!” y gritándolo ella misma un par de veces, aprendiendo a tocar para y con el mar, a moverse con él.
Finalmente, y a pesar de haberla sorteada muchas veces, la Segunda Guerra Mundial le llegó al Novecento, y Sam se quedó anclada en Nueva York, algo desilusionada de la vida y sólo con ganas de seguir haciendo música y seguir muerta para su familia.
Otros: Ha tenido tantos amantes que el downtown ya perdió la cuenta. Hombres y mujeres han pasado por sus manos y sus labios, pero nunca se quedan más de una semana. Obviamente: es tremendamente bisexual.